Ayer, el cielo en Culiacán decidió abrir sus compuertas y llorar como si estuviera desahogando todo el peso de nuestras preocupaciones. No era solo una lluvia; era un lamento profundo, un reclamo que resonaba en cada rincón de la ciudad. ¿Por qué lloró el cielo? Quizás estaba preocupado por nosotros, por el desmadre que hemos vivido en estos diez meses que parecen una eternidad, o tal vez estaba enojado por el olvido y la indiferencia que nos rodea.
Diez meses de incertidumbre, de ver cómo las calles que antes vibraban con risas ahora son un eco de tristeza. Después de las seis de la tarde, Culiacán se convierte en un pueblo fantasma. Los niños, que deberían estar riendo y jugando, ahora tienen que ir a la escuela acompañados, listos para tirarse al piso si algo suena raro. ¡Qué tristeza que hayamos tenido que enseñarles a sobrevivir en lugar de disfrutar de su infancia!
Los comerciantes, esos guerreros que abren sus negocios con la esperanza de que el día de hoy sea diferente, están viendo cómo su ilusión se desmorona. Muchos han tenido que bajar las cortinas, y los que quedan lo hacen con una sonrisa tan forzada que parece que se va a romper. Abren sus puertas con la esperanza de que alguien se acerque a comprar algo, pero la cruda realidad es que la gente prefiere quedarse en casa, observando cómo el cielo llora y lamentándose por lo que una vez fue un día normal.
Y no podemos olvidar la crisis de sequía que tanto nos ha golpeado. La lluvia, aunque bienvenida, se siente como un mero alivio temporal. Ayer, mientras el cielo lloraba, también nos recordaba que necesitamos más que un aguacero para sanar nuestras tierras. Los cultivos que han sufrido y la desesperación de los agricultores son un eco del llanto del cielo. Las lágrimas que caen son un recordatorio de que el agua es vida, y que necesitamos que el cielo se acuerde de nosotros más a menudo.
La crisis política que vivimos también es un tema que no podemos ignorar. Nuestros políticos parecen más ausentes que nunca, como si el llanto del cielo no les importara. Promesas y discursos que resuenan en un vacío de acción. La gente está harta de escuchar palabras dulces que no llevan a nada. ¿Dónde están las soluciones? Mientras el cielo llora, nosotros seguimos esperando respuestas que nunca llegan, y el enojo se mezcla con la frustración.
Y, por si fuera poco, la crisis de la salud se cierne sobre nosotros como un manto oscuro. No hay medicinas ni atención adecuada. Los médicos, esos héroes que se partieron la madre durante la pandemia, ahora enfrentan un sistema que les dice: “Lo siento, no tengo recursos para ti”. Mientras el cielo derrama sus lágrimas, nosotros seguimos buscando atención que parece estar más allá de nuestro alcance. La desesperación en los hospitales vacíos es palpable, y el llanto del cielo parece un eco de nuestro propio sufrimiento.
Así que aquí estamos, atrapados en esta pinche película mala donde el cielo llora y nosotros, los sinaloenses, tratamos de encontrar una razón para sonreír. Diez meses de dificultades, de incertidumbres y de lágrimas. Pero a pesar de todo, en Culiacán siempre habrá un motivo para reír, aunque sea entre lágrimas. Porque aunque la vida nos dé chingazos, seguimos de pie, buscando lo bueno en medio de lo malo.
El llanto del cielo de ayer fue un recordatorio de que, aunque lloramos, también tenemos que aprender a luchar. Que esas lágrimas no sean solo un símbolo de tristeza, sino también de esperanza. Porque, en el fondo, sabemos que después de la tormenta siempre llega la calma, y con ella la posibilidad de un nuevo comienzo.
Así que mientras el cielo sigue llorando, nosotros seguimos buscando la forma de levantarnos. Nos reímos de la vida, de sus ironías, y aunque la tristeza nos abrume, encontramos consuelo en la unidad de nuestra gente. Porque al final, somos sinaloenses, y aunque el cielo llore, seguimos aquí, con la esperanza de que mañana será un día mejor.
Bueno, todo eso según yo, el Goyo310… Sin duda, hay llantos que alegran el alma y el llovidón de ayer fue uno de ellos. ¡Fugaaaaaaaaaa!