En un escenario donde las sombras de la incertidumbre y el miedo se ciernen sobre las cabezas de los sinaloenses, el Secretario General de Gobierno, Feliciano Castro Meléndrez, ha soltado la frase que resuena como un eco distante: “hay condiciones para llevar a cabo las fiestas patrias”. Esta declaración, lejos de ofrecer consuelo, provoca una mezcla de asombro y escándalo entre una población que se siente cada vez más atrapada entre la esperanza y la desilusión.
Para muchos, la idea de celebrar las fiestas patrias en un contexto de crisis suena incluso absurda. Las calles de Culiacán, en su mayoría desoladas, cuentan una historia más trágica que cualquier evento festivo podría disimular. La inseguridad ha pasado de ser una mera preocupación a convertirse en la norma diaria. Las patrullas que recorren la ciudad, lejos de transmitir seguridad, resaltan una presencia casi espectral: son recordatorios omnipresentes de que el peligro se encuentra al acecho, de que la vida cotidiana es un laberinto en el que los ciudadanos sienten que han perdido el rumbo.
Feliciano Castro menciona el Carnaval de Mazatlán como un ejemplo de que la celebración es posible. Sin embargo, la comparación resulta, por decirlo de alguna manera, desafortunada. Un carnaval puede ser un evento controlado, con medidas de seguridad específicas y un contexto festivo que lo hace más manejable. Pero las fiestas patrias implican una convocatoria masiva, una reunión de miles de personas que, al menos teóricamente, buscan conmemorar su identidad nacional. ¿Es prudente invitar a tal conglomerado en un momento donde la sensación de seguridad brilla por su ausencia?
Más allá del reduccionismo de las festividades, la situación económica actual exige un tratamiento urgente. Las cifras de desempleo están en su punto más alto y la economía de Sinaloa está tambaleándose en el borde del abismo. La gente, en lugar de estar ansiosa por asistir a un evento patriótico, se encuentra luchando por cubrir necesidades básicas. La narrativa oficial parece ignorar este hecho, planteando escenarios de alegría que no reflejan la desesperación de aquellos que apenas pueden llevar comida a la mesa.
El gobierno, en su intento por hacer ver que todo está bajo control, se corre el riesgo de perder aún más la confianza ciudadana. La frase “hay condiciones” se convierte en una burla cuando la realidad es que, en muchas familias, la preocupación más grande no es la falta de celebraciones, sino la falta de seguridad y estabilidad. ¿Se espera que un evento pueda curar las heridas abiertas de una economía colapsada y de un clima de inseguridad creciente?
Los ciudadanos están cansados de medidas simbólicas que pretenden enmascarar problemas mucho más profundos. Los eventos festivos deberían nacer de un contexto de celebración genuina, no como un intento desesperado por demostrar que la normalidad ha regresado. El verdadero patriotismo no radica en salir a la calle con banderas y serpentinas, sino en crear un entorno donde las personas se sientan seguras, valoradas y escuchadas.
Feliciano Castro debe entender que es momentáneo e irresponsable hablar de “fiestas patrias” antes de establecer condiciones reales que devuelvan la confianza a la ciudadanía. Es preciso abordar la raíz de la problemática: la falta de seguridad, la inestabilidad económica y la desconfianza en las instituciones. Solo entonces podrán los ciudadanos sentirse lo suficientemente seguros como para salir a festejar.
La situación actual exige un análisis crítico de la naturaleza de los eventos propuestos. La población debe hacer eco de una voz firme: no más promesas vacías; no más decisiones a costa de su seguridad. Los sinaloenses merecen más que una celebración superficial; exigen un gobierno que escuche, que actúe y que, sobre todo, que trabaje para crear condiciones que les permitan salir a la calle a disfrutar de su vida sin miedo. Hasta que ese ambiente de seguridad y confianza no se logre, las fiestas patrias serán un recordatorio doloroso de lo que se ha perdido, más que un motivo para la celebración.
Al final del día, la verdadera reconciliación con la festividad patriótica deberá venir acompañada de un compromiso genuino por parte de quienes están en el poder. Las fiestas deben surgir de un deseo de unidad y celebración, no como un intento por desviar la atención de la realidad que enfrentan a diario los sinaloenses. La historia está repleta de eventos que intentaron ignorar las voces del pueblo; no permitamos que esta sea una más.
Bueno, todo esto, según yo, el Goyo310… ya siéntese, señor, no haga ni diga tonterías, jaja. ¡Fugaaa!