Las tienditas que guardan nuestra infancia

Las tienditas fueron y siguen siendo parte de la vida diaria en Sinaloa. No eran solo un espacio para surtir lo necesario, eran un pedazo de hogar extendido. En cada colonia, en cada pueblo, estaba esa tienda donde la confianza era más grande que cualquier recibo y donde la palabra bastaba para llevarte lo que necesitabas.

Ahí estaba la señora con su mandil que sabía tu nombre y el de toda tu familia. Y el señor con su libreta apuntando lo fiado con la misma calma de siempre porque sabía que en cuanto cayera la tanda o la quincena tu mamá pasaría a pagar. Ese “me lo apunta” era casi un sello de confianza.

De plebes la visita a la tienda era casi una fiesta. Con las monedas calientes en la mano uno iba directo a buscar la paleta de hielo, las tiritas de chicles, los cacahuates o las papitas bañadas con salsa Guacamaya porque aquí no era Valentina ni chamoy, acá era Guacamaya, la de toda la vida. Con dos o tres pesos bastaba para que la tarde supiera a gloria.

Y afuera de las tienditas se hacía vida. Las retas de canicas, los intercambios de estampitas, las pláticas de los plebes sentados en la banqueta planeando la cascarita o la ida al río. Ahí aprendimos a convivir, a compartir y hasta a recibir regaños de la tendera que cuidaba como si fuera otra mamá.

Las tienditas también eran centro de información. Antes de que existieran las redes sociales ahí se enteraba uno de todo, quién iba a casarse, quién andaba enfermo, quién estrenó carro o quién iba a hacer fiesta. No había necesidad de periódico porque la tienda lo contaba todo.

Con los años llegaron los autoservicios con aire acondicionado y pasillos enormes. Llegaron las ofertas, los carritos de metal y las cajas rápidas. Pero nunca pudieron reemplazar el calor humano de las tienditas. En el súper nadie sabe tu nombre, nadie te fía un litro de leche, nadie te pregunta cómo sigue tu papá.

Hoy en Sinaloa las tienditas siguen de pie. Todavía se ven los estantes acomodados al gusto del tendero, el pan dulce en bolsas transparentes colgando de un clavo, el olor a café desde la cocina y la sonrisa de quien te atiende como si fueras parte de la familia. Son rincones que nos recuerdan que la vida se vivía con calma, con confianza y con un gracias sincero.

Las tienditas no son solo tiendas, son memoria viva. Nos devuelven la niñez, el sabor de la Guacamaya en las papitas, la risa de los plebes jugando afuera, la tranquilidad de saber que siempre habría alguien dispuesto a fiarte un kilo de frijol o una Coca de vidrio. Y mientras sigan existiendo nos recordarán que hubo un tiempo en que la vida cabía en una libreta y la confianza valía más que cualquier billete.

Y tú ¿qué me recuerdas de la tiendita de la esquina? ¿Cómo se llamaba el tendero? ¿Cuánto gastabas? ¿Alguna vez jugaste a la pelota o a las canicas afuera de la tienda?

Todo esto según yo el Goyo310

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