Hoy que el destino me trajo hasta esta tierra, donde el Pacífico es algo sin igual, uno no puede evitar preguntarse si hemos cambiado el corrido de Mazatlán por un lamento de desesperación. En vez de cantar con el alma, parece que estamos gritando al viento, mientras la presidenta se pierde entre sus selfies y el pueblo se hunde en un mar de problemas.
El corrido dice que aquí hasta un pobre se siente millonario, pero ¿quién se siente rico cuando la inseguridad te ofrece un tour nocturno por la ciudad con el riesgo de no volver a casa? La promesa de una vida sin llorar se ha vuelto un chiste cruel, donde los baches son más profundos que las promesas de la presidenta. Cada vez que paso por una calle, me pregunto si estoy manejando o participando en un rally de obstáculos, ¡y sin premio al final!
Y hablemos de esas mujeres que el corrido compara con rosas. Si fueran flores, ya estarían marchitas por el estrés de vivir en una ciudad donde la administración parece haber perdido el rumbo. ¿Acaso no ven que su belleza y fortaleza son la verdadera esencia de Mazatlán? Pero con una presidenta que parece más interesada en su imagen que en el bienestar de su gente, esas rosas se están marchitando mientras ella se toma fotos en la playa, como si el mar pudiera resolver nuestros problemas.
Los hombres de Mazatlán, esos nobles amigos, están más confundidos que un gato en un baile de perros. Cada día que pasa, se sienten más como extras en una película de terror que como protagonistas de su propia historia. ¿Qué pasó con la promesa de un Mazatlán vibrante y lleno de oportunidades? Se perdió entre las risas y los brindis de una administración que se siente más como un chiste de mal gusto que como un gobierno.
El paseo del Centenario y la catedral, esos íconos que deberían inspirar orgullo, ahora son como un recordatorio de lo que fue y no será. “Aquí la vida se pasa sin llorar”, decían, pero hoy los mazatlecos se preguntan si la presidenta se ha olvidado de su pueblo mientras se toma un café en la playa. ¿Dónde está la acción? ¿Dónde están las soluciones? ¿Acaso estamos esperando que un milagro caiga del cielo como si Mazatlán fuera un escenario de telenovela?
Y mientras tanto, el turismo, que solía ser el motor de la ciudad, ahora es un chiste que nadie quiere escuchar. ¿Quién va a querer visitar un lugar donde la inseguridad es el plato del día? Los empresarios están más confundidos que un niño en una tienda de dulces, preguntándose si su esfuerzo vale la pena o si deberían hacer las maletas y buscar un nuevo hogar en un lugar donde les traten como se merecen.
Así que, querido Mazatlán, si la presidenta alguna vez decide regresar de su viaje a la luna de miel con las redes sociales, que se traiga un plan, un poco de sentido común y, por favor, un equipo de emergencia. Porque, con lo que hemos visto hasta ahora, parece que el único corrido que estamos escuchando es el de la desesperanza y la tristeza.
Mazatlán, ese lugar lleno de corazón y alma, necesita un despertar urgente. No se puede permitir que este corrido se convierta en un lamento. ¡Despierta, presidenta! La gente quiere que su voz se escuche, que se tomen decisiones, que se hagan cambios. Porque si no, lo único que quedará de este bello lugar será un eco lejano de lo que pudo haber sido.
No dejemos que el corrido de Mazatlán se convierta en una historia de “lo que pudo haber sido”. La vida es demasiado corta para llorar; aquí necesitamos acción, urgencia y, sobre todo, un poco de amor por esta tierra que, a pesar de todo, sigue siendo nuestra.
Todo esto, según yo, el Goyo310… Gracias, don José Alfredo, por ese corrido. Lástima que la estrella esté muy desafinada. ¡Fugaaaa!