El maíz ya se chingó al país

Otra vez el campo en la calle, otra vez los productores en las casetas, otra vez el gobierno haciéndose pendejo. Y ya basta. Porque no es la primera ni será la última vez que los hombres y mujeres del campo tienen que salir a gritar lo que el gobierno finge no escuchar.

Allá en la Ciudad de México se juntaron los que se creen los dueños del maíz. Los empresarios, los funcionarios y los disque representantes del pueblo que no conocen un surco ni en fotografía. Se sentaron a “negociar” el precio del maíz blanco y salieron con las manos vacías, porque a los productores les dijeron que no. Que siete mil doscientos pesos por tonelada es mucho. Mucho para los de saco y corbata, que nunca han trabajado bajo el sol ni se han quedado sin dormir pensando cómo pagar la deuda del tractor.

Mientras tanto, el campo sinaloense se está pudriendo de coraje. Porque mientras allá arriba se toman su café, acá los campesinos tienen que rifarse el físico tomando casetas para que los escuchen. Liberan el paso, pero también liberan la rabia, porque ya no hay nada que perder. Y eso, eso es lo que debería asustarles a los del poder: que el campo ya no tiene miedo.

El gobierno sigue con su discurso bonito, hablando de transformación, de justicia social, de que el pueblo manda. Pero a la hora de la verdad el pueblo del campo manda chingar a su madre al que sea con tal de que los volteen a ver. Porque ya se hartaron de promesas, de mesas de diálogo que no sirven ni para limpiarse las botas, de apoyos que nomás se quedan en los comunicados y nunca llegan a las manos de los que siembran.

Los productores piden lo justo. No están pidiendo limosna. Quieren que se les pague lo que vale su trabajo, no lo que le da la gana al industrial o al burócrata que nunca ha visto llover sobre una milpa. Piden los apoyos pendientes, los que el gobierno juró que ya venían y todavía no se ven ni en el radar. Piden respeto, y eso es lo que más les cuesta darles a los que se sienten intocables desde el escritorio.

Dicen que el campo es la base de la nación, pero lo tratan como si fuera estorbo. Y todavía tienen el descaro de salir a decir que hay récords de producción, que todo va bien, que el campo está de pie. Claro, de pie, pero sobre el lodo, con el alma partida y el bolsillo vacío.

Los campesinos ya no creen en ningún político. Ni del color que sea. Porque todos prometen lo mismo y cumplen igual de poco. En campaña se llenan la boca diciendo que el campo es prioridad, pero cuando llegan al poder se les olvida hasta cómo se escribe la palabra maíz. Y eso duele, porque el campo siempre ha sido el que sostiene al país, pero el país nunca ha querido sostener al campo.

La verdad es que Sinaloa está enojado, el campo está herido, y México está en riesgo. Porque cuando el campo se cansa, se cae todo. Sin maíz no hay tortillas, no hay mesa, no hay comida. Y sin comida no hay pueblo. Pero eso allá no lo entienden, porque su hambre no depende de la cosecha, depende del presupuesto.

El gobierno puede seguir haciéndose el sordo, pero el rugido del campo ya se escucha fuerte. Porque no hay nada más peligroso que un campesino con hambre y dignidad. Pueden mandar policías, pueden mandar discursos, pueden mandar hasta abrazos, pero no pueden mandar a callar a un pueblo que ya se hartó.

Y mientras en los noticieros se habla de diálogo, en los caminos se habla de coraje. Porque el maíz no solo es grano, es símbolo, es raíz, es patria. Y cuando se mata al maíz, se mata al país.

El campo no está pidiendo favores, está exigiendo justicia. Y si el gobierno sigue dándole la espalda, un día de estos el campo también le va a dar la espalda al gobierno. Y cuando eso pase, no habrá cosecha que alcance para alimentar la vergüenza.

Dicen que sin maíz no hay país Pues ya se chingó el país

Según yo el Goyo310

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *