Por Yamir de Jesús Valdez.-
Por estos días, México parece haberse sumergido en un laboratorio político sin manual de instrucciones. La elección del Poder Judicial, celebrada ayer, abrió una nueva etapa de confrontación por la narrativa. Algunos —con tono épico— proclaman que vivimos en el país más democrático del mundo. Otros, más escépticos, advierten el retorno de la vieja “dictadura perfecta” con nuevos rostros. ¿Quién tendrá razón? En política, como en filosofía, no basta con tener la verdad; hay que imponerla.
Desde Sinaloa, tierra de historia política encendida y pueblo que no suele tragarse discursos a medias, se mira este proceso con ceja levantada. Porque aquí sabemos bien que lo más peligroso no es el poder desmedido, sino el poder sin rumbo. Y si algo quedó claro ayer es que el control del Poder Judicial tiene un alto costo político. Uno que ya empezó a cobrarse en diferentes frentes, a puerta cerrada y en conversaciones incómodas.
“Quien quiere reinar sin oposición, terminará gobernando en el vacío”, escribió alguna vez Maquiavelo, y su frase flota hoy sobre los pasillos del Palacio Nacional y también sobre las oficinas improvisadas del nuevo mapa político que surge tras esta elección. El poder judicial, una vez considerado una torre de marfil distante, se ha convertido en el trofeo más codiciado. Pero la pregunta clave es: ¿para qué? ¿Para impartir justicia o para garantizar impunidad? ¿Para acercar al pueblo al sistema o para que el sistema vigile al pueblo?
Ayer, las y los ciudadanos no se dejaron llevar por las loas oficiales ni por los vaticinios catastrofistas.
Se sabe que las verdades políticas no se miden con discursos sino con resultados. Y si el tiempo, el dinero y el desgaste de esta elección no se traducen en un Poder Judicial eficaz, independiente y honesto, entonces la factura será impagable. Algunos personajes ya podrían irse acostumbrando a su entrada al “buró de crédito político”, ese lugar simbólico donde van a parar los que prometieron justicia y sólo entregaron burocracia.
Pero el jaloneo no terminó con el cierre de las casillas. De hecho, apenas comienza. Las batallas por los nombramientos, por las cuotas internas, por la legitimidad del nuevo modelo judicial, serán tan duras como las campañas. Y todo esto mientras la gente, la que no fue a votar, sigue esperando respuestas en su vida diaria: seguridad, empleo, certeza jurídica.
Porque sí, la operación oficialista fracasó en muchos frentes. En Sinaloa, como en otras partes del país, los programas sociales no bastaron. El pueblo bueno no salió como se esperaba. Tal vez porque se empieza a sospechar que las consultas disfrazadas de elecciones no terminan de convencer a nadie. Tal vez porque cuando el poder toca el órgano que debe vigilarlo, la democracia pierde el equilibrio y se convierte en una mascarada.
A esto se suman las elecciones en Veracruz y Durango, donde también se juega el futuro del movimiento en el poder. En Veracruz, el caso Yunes —que brincó del PAN a Morena— generó más incomodidad que entusiasmo. La gente no olvida tan rápido y los militantes tampoco perdonan con facilidad. ¿Es este el tipo de alianzas que necesita el partido para consolidarse, o es un síntoma de que ya no hay brújula, sólo pragmatismo desbordado?
En Durango, por el contrario, Morena aún es oposición y los comicios de ayer fueron el primer capítulo en la batalla por la gubernatura. El ensayo general antes del asalto formal al poder estatal. Pero más allá de las urnas, lo que realmente está en juego es el control del movimiento. ¿Lo encabezan Luisa María Alcalde y Andrés Manuel López Beltrán como una dupla de liderazgo estratégico, o Morena ya es una criatura que se manda sola, donde cada quien hace lo que quiere y todos jalan para su lado?
Aquí en Sinaloa lo sabemos bien: cuando el poder político pierde disciplina interna, lo único que florece es el caos. Y no hay narrativa oficial que tape eso.
Parafraseando a Platón, “la justicia no es simplemente lo que conviene al más fuerte”, y eso debería recordarse hoy más que nunca. Si el nuevo Poder Judicial termina siendo una herramienta del Ejecutivo, el mensaje será claro: se votó no para construir justicia, sino para someterla. Y si eso ocurre, ni todos los programas sociales ni todas las giras presidenciales alcanzarán para restaurar la confianza ciudadana.
El desenlace aún está por escribirse. Las promesas se derrumban más rápido que las instituciones cuando se juega con fuego. El verdadero juicio no vendrá de los tribunales renovados, sino de las y los ciudadanos que observan, esperan y, llegado el momento, volverán a pronunciar su veredicto en las urnas.
2027 está a la vuelta de la esquina.
Porque en política, como en la vida, no basta con llegar al poder. Hay que merecerlo. Y eso, aquí y en todo México, está por demostrarse.