El veneno de los propios discursos

Durante años, Morena construyó su narrativa política alrededor de un enemigo perfecto Felipe Calderón. Cada error, cada omisión, cada supuesto acto de complicidad con su secretario de Seguridad, Genaro García Luna, era amplificado hasta convertirse en símbolo de todo lo que el obradorismo prometía erradicar. “Calderón sabía todo”, decían; “no podía alegar ignorancia”. Esa frase se convirtió en un mantra, un instrumento de legitimidad y un arma política que justificaba la llegada de la Cuarta Transformación.

Pero la política es mucho más cabrona que un discurso bien armado. Lo que antes servía como coartada para señalar al otro hoy se les regresa con toda la fuerza de un bumerán. Los casos de Adán Augusto, Hernán y otros funcionarios cercanos al actual gobierno demuestran que la misma lógica que usaron para atacar a Calderón ahora les resulta incómoda. La regla que antes parecía clara “el presidente responde por sus cercanos” hoy se relativiza. La prudencia, la espera y la omisión se convierten en la estrategia de defensa de quienes antes exigían transparencia absoluta.

Ahí reside la contradicción central un discurso construido sobre la moralidad del otro se convierte en una espada de doble filo cuando el espejo apunta hacia ti. Lo que antes funcionaba como legitimación ahora es un recordatorio de la dificultad de sostener coherencia. Los discursos no se borran; las palabras tienen memoria. Y cuando estas palabras formaron parte de la estrategia para construir autoridad política, ignorarlas o relativizarlas implica una erosión inevitable de la credibilidad.

El análisis político muestra que este fenómeno no es anecdótico. Es estructural. La construcción del enemigo sirve para consolidar la identidad política propia, pero también establece un estándar que se espera aplicar de manera consistente. Cuando ese estándar no se cumple, la narrativa pierde fuerza y se vuelve insostenible. Lo que ayer era símbolo de corrupción y negligencia hoy aparece, en formas distintas, dentro del propio círculo gobernante.

La política mexicana es un espejo cínico. Todo lo que se lanza como discurso contra el otro termina regresando, porque los ciudadanos no solo observan los hechos comparan los estándares. La insistencia en la transparencia, la rendición de cuentas y la responsabilidad presidencial obliga a evaluar a todos con la misma vara. De lo contrario, el doble discurso se convierte en un talón de Aquiles que erosiona la autoridad moral de quien lo practica.

En otras palabras, Morena construyó su narrativa sobre la demonización del pasado. Hoy, ese pasado está ahí, pero ahora hay que mirar hacia adentro. La política es un juego de espejos quien antes señalaba al enemigo, hoy enfrenta la incomodidad de que los mismos principios exigen claridad en su propia gestión. Quedarse callado, evitar el tema o relativizar hechos equivale a admitir la dificultad de sostener coherencia. Y el público, lejos de olvidar, registra cada contradicción.

Así, la historia se repite con la ironía del propio discurso: los estándares que se aplicaban al adversario se convierten en una medida inevitable para la propia acción política. Lo que antes justificaba la moralidad de un gobierno hoy se convierte en la prueba de la complejidad de gobernar bajo las mismas reglas. Y ahí está el mensaje la política mexicana es brutal, implacable y, sobre todo, implacable con quien no respeta sus propios discursos.

Todo esto según yo el Goyo310

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