Ya se lo saben, este mendigo negrillo lleva días a pie, porque el carrito se chingó y la verdad es que no hay manera de arreglarlo. Así que, en un intento por no quedarme varado, decidí utilizar las plataformas de transporte como Didi y Uber. No fue una decisión fácil, pero, bueno, eso es otra historia que les contaré después sobre cómo el Goyo móvil se fue al carajo.
Hoy, mientras esperaba que llegara el carro que había solicitado, se apareció un último modelo, todo bien cuidado, aunque sin polarizar. Ahí fue cuando conocí a don Martín Higuera, que, por cierto, me dio permiso de decir su nombre. La primera impresión fue la de un hombre amable, con una sonrisa que denotaba más que su trabajo: un chingo de historias que contar.
Don Martín comenzó a platicar sobre su vida como conductor de Didi, y la verdad es que su historia es una de esas que vale la pena contar. Me dijo que estuvo un tiempo en Estados Unidos, y como iba con su hermano, no tuvo que preocuparse por los gastos de vivir solo. Con lo que ganó, se compró ese carrito y hasta una camioneta, además de arreglar su casa y hacer varias cosas que tenía pendientes. Pasó año y medio allá, y aunque extrañó, también disfrutó la experiencia porque le dio la oportunidad de darle una mejor calidad de vida a su esposa e hijos.
Pero aquí viene lo mejor: al preguntarle por qué se había ido, me contó que trabajaba aquí poniendo pendones. Cuando Claudia llegó a la presidencia de la República, él, como tantos otros, esperaba que las promesas se tradujeran en oportunidades, pero el tiempo pasó y lo único que recibió fue un “gracias, pero no hay espacio”. Es un golpe duro para alguien que solo quiere salir adelante, y así, como muchos, se encontró a la deriva, buscando nuevas formas de ganarse la vida.
La vida de un conductor de plataforma no es sencilla. Don Martín me decía que muchos de sus compañeros se van a trabajar solo un par de horas, y luego se escapan a comer o a hacer otras cosas. Pero él no; él se levanta a las siete de la mañana y termina su jornada a las seis de la tarde. “No es vida de ricos, pero sale para sobrevivir”, me decía, y con eso ya se siente afortunado. Tiene que salir a cubrir los gastos, a pagar cuentas, porque la vida no se detiene y las deudas tampoco.
Y ahí estaba él, un hombre que sabe lo que es el esfuerzo diario. Me contó de una mañana en particular, cuando tuvo un viaje que le dejó mal sabor de boca. La imagen del pasajero que le tocó era de alguien que no se veía bien, y eso le dio miedo. “Nunca lo hice, pero sí cancelé”, confesó. “Me dicen mis amigos que a veces se rompen los vidrios de los carros. ¿Y si me lo quitan? Es mi patrimonio, compadre”. Esa angustia, esa incertidumbre, es la que viven muchos conductores a diario, y es algo que no se ve desde afuera.
Cada historia como la de don Martín es un recordatorio de que detrás de cada vehículo que pasa por la calle hay una vida, un esfuerzo y una lucha. La gente no solo está buscando un ingreso, sino también dignidad y reconocimiento. Y eso, mis amigos, es lo que debería preocuparnos. Porque en un mundo donde el Goyo móvil se descompone, las verdaderas historias de superación son las que nos enseñan que la vida sigue, a pesar de las adversidades.
Así que, la próxima vez que subas a un carro de Didi o Uber, recuerda que el conductor podría ser alguien como don Martín, que ha pasado por mil y una situaciones. Tal vez ha dejado atrás un sueño, o ha luchado contra la marea para salir adelante. Esas son las historias que nos hacen falta, las que nos recuerdan que, a pesar de las traiciones y los desengaños, siempre hay espacio para la resiliencia.
¡Ánimo, don Martín y a todos los que luchan en silencio! Su esfuerzo y dedicación no pasan desapercibidos. En un mundo tan despersonalizado, ellos son los verdaderos héroes que nos mueven de un lugar a otro, llevándonos no solo físicamente, sino también recordándonos que la lucha sigue, siempre sigue.
Todo esto, según yo, el Goyo310… no sean cabrones, cuando bajen del carro, igual pueden bajar su basurita. ¡Jajaja! ¡Fugaaaaaaa!