Es increíble, es impensable y es intolerante lo que está sucediendo en el nuevo Hospital General de Culiacán. No se trata de un rumor ni de un chisme, se trata de una herida abierta que lastima al gremio de enfermería y que debería sacudir la conciencia de todo Sinaloa.
Las enfermeras de ese hospital han vivido de todo. Han trabajado bajo el miedo de las balaceras, han enfrentado emergencias que parecían imposibles, han sido testigos de dolores y tragedias que no cualquiera aguanta. Y, pese a todo, nunca han dejado de estar ahí, firmes, cuidando a la gente.
Por eso lo ocurrido recientemente indigna. Una de ellas fue llevada por la Policía Ministerial. Incluso circulan videos que no nos consta del todo, donde aseguran que iba esposada. Lo que sí sabemos, y de eso no hay duda, es que fue trasladada en un vehículo oficial rumbo al penal de Aguaruto. Solo con eso basta para entender la magnitud del agravio. ¿Cómo es posible que una enfermera sea tratada como criminal?
La respuesta de sus compañeras fue inmediata. Salieron a las calles, se tomaron de las manos y levantaron la voz. Esta vez no gritaron por una base ni por un aumento, como en otras ocasiones. Esta vez lloraron de impotencia, de frustración y de indignación. Gritaron por respeto, por justicia, por la dignidad de su compañera y de todas ellas.
Esa escena es inédita y dolorosa. Yo nunca había visto a enfermeras quebradas por la humillación, y menos aún por parte de las propias instituciones que deberían protegerlas. Verlas exigir justicia, tomadas de la mano, debería ser suficiente para que cualquier autoridad se detuviera y pensara que algo se está haciendo terriblemente mal.
Vale la pena recordarlo. Muchas de esas enfermeras que hoy luchan son las mismas que en la pandemia del COVID dieron la vida por nosotros. Fueron ellas y ellos quienes, sin titubear, se colocaron en la primera fila cuando todos teníamos miedo. Aguantaron jornadas inhumanas, con cubrebocas marcados en la piel y el alma rota por tantas muertes, pero siempre firmes. Algunos perdieron la vida, otros quedaron con secuelas, pero todos se entregaron por completo.
En lugar de agradecerles y reconocerles ese sacrificio, hoy se les paga con maltrato y humillación. Esa es la realidad. Y esa es la vergüenza que como sociedad no podemos tolerar.
Lo que pasó en el Hospital General no es un hecho aislado. Es el reflejo de una falta de sensibilidad que empieza a ser costumbre. No basta con inaugurar un hospital moderno ni con cortar listones. Lo verdaderamente importante es cómo se trata al personal que sostiene la salud de miles de sinaloenses.
Aquí cabe preguntar. ¿Dónde está Julio Quintero, delegado del Bienestar, que debería velar por la gente? ¿Dónde está el secretario de Salud, Cuitláhuac González, que no puede hacerse de la vista gorda ante este agravio? ¿Dónde está el gobernador Rubén Rocha Moya, que siempre presume sensibilidad social pero hasta ahora guarda silencio frente al dolor de las enfermeras?
La sociedad debe entenderlo. No se trata solo de una enfermera llevada a Aguaruto. Se trata de lo que eso representa. Se trata de la criminalización de una profesión entera, de mandar un mensaje equivocado, de decirles a las enfermeras que no valen lo que realmente valen.
Hoy más que nunca ellas necesitan de nuestro respaldo. Y nosotros, como ciudadanos, debemos estar a su lado, porque ellas siempre han estado del nuestro. Cuando más las necesitamos, ahí estuvieron. En la pandemia, en emergencias, en cada hospital abarrotado. No fallaron. No nos fallaron.
Gobernador Rocha, secretario Cuitláhuac González, no se queden de brazos cruzados. Atiendan este asunto, den la cara, respondan. Porque aquí no se trata de un favor, se trata de la dignidad de quienes sostienen con sus manos la salud de Sinaloa.
Que quede claro. La dignidad de las enfermeras no se toca. Ni por error, ni por omisión, ni por abuso de poder. No se toca. Y si hoy las dejamos solas, mañana cuando volvamos a necesitarlas será demasiado tarde.
Todo esto asegún yo el Goyo310



