El autismo sigue siendo un tema que evitamos tocar, como si fuera un elefante en la habitación que todos ignoramos. En México, se estima que uno de cada 115 niños tiene algún tipo de trastorno del espectro autista (TEA). Esto significa que, en un grupo de 30 niños, uno podría estar lidiando con esta condición, y sin embargo, muchos de nosotros seguimos en la ignorancia, como si no existiera.
Desde el nacimiento hasta los 12 o 13 años, hay opciones. Existen centros especializados tanto del gobierno como particulares que ofrecen terapias y apoyo para estos niños. Pero, ¿qué pasa después de esa edad? Una vez que los adolescentes con autismo alcanzan la adolescencia, parece que el sistema se desentiende. No hay programas, no hay métodos ni atención continua. Es como si una vez que los niños cumplen 13, el mundo exterior les cierre la puerta en la cara.
Los padres de estos jóvenes enfrentan una lucha constante. Muchos de ellos, por el bien de sus hijos, evitan los espacios públicos. Aunque algunos niños autistas pueden ser tranquilos, otros pueden gritar o actuar de maneras que llaman la atención. Esto provoca miradas y comentarios, y en lugar de empatía, se recibe juicio. La falta de comprensión social sobre el autismo es alarmante.
Es cada vez más común ver a padres que deciden ponerle pulseras de color azul a sus hijos, como una señal para que la gente sepa que tienen autismo. Pero, ¿es suficiente? No, no lo es. El autismo no solo afecta a los niños, también impacta a las familias enteras. La carga emocional, financiera y social que enfrentan estos hogares es inmensa, y sin el apoyo adecuado, la situación se vuelve insostenible.
Es fundamental que comencemos a socializar el tema del autismo. Debemos educar a la sociedad desde los primeros síntomas, promoviendo estudios y diagnósticos tempranos. No se trata solo de tener acceso a centros especializados, sino de crear un entorno donde se pueda hablar abiertamente del autismo, donde se pueda buscar ayuda y apoyo sin miedo al juicio.
Invito a todos a ser más empáticos y comprensivos. Si vemos a un niño o joven autista en un espacio público, en lugar de murmurar o mirar con desaprobación, acerquémonos con una sonrisa. Un gesto amable puede hacer la diferencia. Alentemos a los padres a sacar a sus hijos, a socializar y a participar en la vida comunitaria.
El gobierno también tiene un papel crucial que desempeñar. Es hora de que se diseñen programas específicos para adolescentes y jóvenes con autismo. Necesitamos planes que consideren sus necesidades, que ofrezcan actividades recreativas y físicas, terapias adaptadas y espacios donde puedan expresarse sin ser juzgados. La energía y la curiosidad que muchos de ellos tienen son increíbles, y es nuestra responsabilidad canalizar eso en actividades constructivas.
La sociedad necesita entender que el autismo es una condición real y que no es un reflejo de la crianza. Es hora de que dejemos de ignorar el autismo y empecemos a construir un entorno más inclusivo y comprensivo para todos. La lucha por la visibilidad y el apoyo para las personas con autismo y sus familias apenas comienza, y todos tenemos un papel que desempeñar. Juntos podemos crear un mundo donde cada niño, independientemente de su condición, tenga la oportunidad de brillar.
Bueno, todo esto según yo, el Goyo310… Amémonos unos a los otros, ¡fugaaaaaaa!