Desde que tengo memoria en este mundo de la política y la grilla, el nombre de Óscar Loza Ochoa ha sido un constante en el panorama sinaloense. Algunos lo ven como un santo, otros como un demonio, pero la realidad es que, para mí, es un tipo serio, tranquilo y comprometido con su chamba. Y lo digo de manera muy personal.
He tenido la oportunidad de platicar con él en varias ocasiones, y siempre me ha parecido una buena persona. Ese rollo de que “los derechos humanos son para todos” no es solo un discurso para él; en mi experiencia, ha estado ahí cuando he necesitado ayuda, ya sea para llevarle un caso complicado o simplemente para entender cómo se mueve el asunto en la Comisión. Siempre ha sido accesible y dispuesto a escuchar, algo que no se da mucho en este mundo de “yo soy más que tú”.
Ahora, no puedo cerrar los ojos ante las manifestaciones en su contra. Entiendo que hay gente que tiene sus razones para manifestarse, y les respeto su derecho a alzar la voz. Es parte del juego. Muchos critican que la Comisión no ha hecho lo suficiente para proteger a periodistas y defensores de derechos humanos, que son los que más sufren en esta tierra de Sinaloa, donde el crimen organizado tiene más poder que algunas autoridades. Es un tema complicado, y hay que reconocer que, en el fondo, todos queremos lo mismo: una vida digna y justa para todos.
Las críticas hacia Loza han sido duras, y algunos dicen que su trabajo no ha tenido el impacto esperado. Y aquí es donde se pone la cosa interesante. ¿Qué se puede esperar de una Comisión que opera en un entorno donde la violencia y la impunidad son el pan de cada día? La presión que enfrenta Loza es monumental. A veces parece que está remando contra la corriente, y no porque no quiera, sino porque las aguas están revueltas y llenas de obstáculos.
A pesar de las críticas, he visto cómo ha intentado hacer su trabajo: ha promovido foros, ha capacitado a organizaciones y ha intentado elevar la voz de quienes no la tienen. Pero los resultados son difíciles de medir, y eso genera frustración. En Sinaloa, la justicia no siempre llega a quien la busca, y eso es un hecho que no se puede ignorar. La gente sale a protestar porque sienten que sus derechos están siendo pisoteados, y eso es válido. Pero también hay que reconocer que Loza ha tratado de abrir espacios para el diálogo y la discusión, aunque a veces parezca que no alcanza.
Al final del día, cada quien tiene su opinión, y eso es lo bonito de vivir en un lugar donde se puede discutir y debatir. Pero yo, en lo personal, quiero dejar claro que, si bien hay fallas y críticas, también hay un ser humano detrás de ese nombre que ha tratado de hacer lo mejor que puede en una situación complicada.
En tiempos donde la desconfianza hacia las instituciones es alta, el papel de figuras como Óscar Loza se vuelve crucial. La gente necesita ver que hay alguien dispuesto a escuchar, aunque no siempre esté de acuerdo con lo que piensan. Y aunque algunos lo ven como una figura controvertida, yo creo que su trabajo, aunque imperfecto, sigue siendo relevante en la lucha por los derechos humanos en Sinaloa.
Es un camino largo, lleno de tropiezos y dificultades, pero si hay algo que he aprendido en esta vida es que en la política, como en la vida misma, no todo es blanco o negro. Así que, para mí, Óscar Loza es un personaje más de esta historia sinaloense, y su papel, aunque polémico, sigue siendo relevante.
Bueno, todo esto según yo, el Goyo310… Cada quien habla como le fue en la feria; algunos dirán que no la hace, otros diremos que es un buen hombre. ¡Fugaaaaaaa!