Pues no hay país, señores. Así, clarito.
La famosa frase que se colgó como bandera desde la 4T —“sin maíz no hay país”— ya no suena a lema, suena a burla. Porque si de verdad aplicamos la lógica, entonces prácticamente ya no tenemos país.
La presidenta lo repitió hace poco en Mazatlán: sin maíz no hay país, y según ella se estaba haciendo todo para que los agricultores tuvieran precios justos, pagos a tiempo y condiciones dignas. Pero el problema es que la realidad no se ajusta al discurso. Y ahí es donde se topan las palabras bonitas con la pared de la sequía, la desaparición de la Financiera Rural, los créditos inexistentes y las cuentas que no cuadran.
Porque Sinaloa, el supuesto granero de México, anda sin granos. Y no porque el agricultor no quiera, sino porque el campo ya no aguanta. Lo dicen los propios productores: antes sembraban 100 hectáreas, ahora apenas 10 o 15… y eso si bien les va. El bajón es brutal.
Mientras tanto, en Estados Unidos no pierden el tiempo en discursos. Allá no se ponen a ver si el maíz es “nacionalista” o si lo dijo el presidente. Dan la orden, siembran 2 mil o 3 mil hectáreas de maíz blanco y vámonos. Recordemos que China, que antes les compraba cantidades inmensas, ya no quiere, y entonces sobra el maíz. ¿Y qué hace el agricultor mexicano ante eso? Pues jugar a la sobrevivencia con un mercado saturado y un gobierno que se limita a repetir el eslogan.
Y ojo: no es un problema menor. Porque si Sinaloa, con toda su capacidad y con todo su conocimiento agrícola, ya no está produciendo como antes, ¿qué se puede esperar de otros estados? El campo sinaloense no es improvisado, no es novato; si aquí la cosa está en crisis, imagínese cómo estará en regiones donde la agricultura es de sobrevivencia y no de exportación.
Lo más triste es que el gobierno se aferra a un discurso que ya perdió sentido. Hace unos días también Luisa Alcalde dijo lo mismo: “sin maíz no hay país”. Y claro, suena bonito en un templete, en un mitin, en un discurso de esos donde todos aplauden. Pero cuando uno regresa al rancho, al surco, al campo real, ahí lo que no hay es maíz… ni país que se respete.
La tragedia es que cada vez producimos menos y dependemos más de las importaciones. México, el país que presume ser cuna del maíz, ahora depende del gringo para tener tortillas en la mesa. Ironías de la vida: mientras aquí se reducen hectáreas, en Estados Unidos aumentan; mientras aquí se pelean por precios de garantía que nunca llegan, allá el maíz es negocio seguro.
Y mientras tanto, en Palacio Nacional y en oficinas de gobierno, siguen creyendo que repetir el lema alcanza. Como si de tanto repetirlo mágicamente fueran a aparecer las toneladas de grano que nos hacen falta.
La dura verdad es que sin maíz no hay país, pero con puro discurso tampoco. Y lo que no quieren reconocer es que el campo está en terapia intensiva, y no se cura con frases, se cura con políticas reales, con financiamiento, con visión. Pero claro, eso no da likes en redes ni aplausos en las plazas.
Así que sí: el país se nos está yendo entre los dedos como granos secos. Y mientras no entiendan que el maíz no es solo discurso, sino alimento, economía y futuro, la frase seguirá siendo un chiste cruel.
Todo esto según yo, El Goyo310 fugaaaaa.
Y como diría un viejo agricultor de por acá: “si el campo muere, el país ni se cosecha ni se come”.