En este rincón del mundo, el sol brilla más que la esperanza y las crisis se ha vuelto parte del paisaje, como las casas con las paredes a punto de caerse. En estos tiempos, parece que cada día es una nueva competencia para ver quién aguanta más. La economía está de capa caída, y si antes el trabajo era escaso, ahora parece que se ha ido de vacaciones y no tiene intenciones de regresar. La pregunta ya no es “¿qué vamos a comer hoy?” sino “¿vamos a comer hoy?”.
Los jóvenes, que deberían estar soñando con un futuro brillante, se ven obligados a hacer malabares con la realidad. En vez de pensar en ser doctores o ingenieros, están más ocupados buscando la forma de salir corriendo de aquí, porque, seamos sinceros, a veces parece que la única opción viable es empacar maletas y dejar atrás este circo. Y si no, pues que se preparen para sobrevivir en esta jungla donde la única constante es la incertidumbre.
La educación, que debería ser nuestra carta de presentación al mundo, se ha convertido en un lujo. Los niños no juegan a ser astronautas; ahora juegan a ver quién se va primero. “¡Mira, yo tengo un amigo en Estados Unidos!” es la nueva versión de “¡Mira, tengo el último modelo de celular!”. Y así, entre risas y sarcasmo, nos vamos tragando la amarga realidad que se cierne sobre nosotros.
La crisis de seguridad, aunque no quiero profundizar en ella, es como ese primo incómodo que aparece en todas las fiestas: siempre presente y nadie sabe cómo sacarlo de la conversación. Pero, ¡hey!, aquí seguimos, con la fe intacta en que algún día esto cambiará. O al menos eso esperamos, porque si no, nos quedaremos con las ganas de ver a nuestros hijos crecer en un lugar sin miedo.
Las calles, antes llenas de risas y música, hoy son un reflejo de la tensión que vivimos. La gente camina con la mirada al suelo, como si así pudiera evitar lo que está pasando. Pero en medio de esta crisis, hay algo que no podemos perder de vista: la esencia sinaloense. Esa que nos hace reír cuando todo parece un relajo. Esa misma esencia que nos impulsa a seguir adelante, a pesar de las adversidades.
Las familias están luchando para sobrevivir, y eso se siente en los rostros cansados de nuestros vecinos. El desempleo está tan alto que parece que todos estamos compitiendo por el mismo trabajo, como si estuviéramos en una especie de reality show que nadie pidió. Pero, a pesar de todo, seguimos encontrando formas de sacar el humor de donde sea. “Si no te ríes, te mueres”, dicen algunos, y tal vez tengan razón.
En este caos, la solidaridad y el apoyo mutuo se convierten en nuestro mejor refugio. Aunque con nuevo horario Las reuniones familiares, las charlas entre amigos, y hasta un buen trago tempranero en la cantina son momentos que nos recuerdan que, a pesar de la tormenta, la comunidad sigue en pie. Nos reímos de la vida, porque, ¿qué más podemos hacer? La risa se vuelve nuestra arma secreta, esa que nos permite resistir y seguir adelante.
Así que, a pesar de la tormenta, sigamos echándole ganas. Que la vida no se detenga, que Sinaloa no se detenga. La esperanza puede estar escondida, pero no está muerta. En este rincón del mundo, donde el calor del sol y el calor de nuestra gente se mezclan, hay un chingo de razones para seguir luchando.
Por eso, hoy más que nunca, es momento de unirnos y recordar que la vida es un chingo de cosas, pero lo más importante es cómo la vivimos. Es hora de dejar de lado la resignación y adoptar una actitud proactiva. La lucha no termina, y el futuro aún puede ser brillante si seguimos soñando y trabajando juntos.
Todo esto, según yo, el Goyo 310, aquí no se rinde nadie. ¡Y que viva Sinaloa, chingado!