Imagina abrir los ojos un día cualquiera y descubrir que de la noche a la mañana no hay un solo médico en guardia, ninguna enfermera preparando un medicamento, ni un paramédico al volante de una ambulancia. Los quirófanos apagados, las salas de urgencias vacías de personal y llenas de pacientes, los consultorios con puertas cerradas y los pasillos de hospital convertidos en bodegas de desesperación.
Ese día, el caos no tardaría en hacerse presente. Los niños con fiebre no tendrían a quién acudir, los partos quedarían a la deriva, los accidentes en carretera se volverían tragedias irremediables, los diabéticos, los hipertensos y los pacientes en terapia intensiva perderían el sostén que los mantiene con vida. Sin ellos, sin el personal de salud, la sociedad se enfrenta a su verdadera fragilidad, que dependemos de ellos más de lo que estamos dispuestos a reconocer.
Y sin embargo, a los médicos y enfermeras se les trata como si fueran desechables. Se les paga tarde, mal, y en ocasiones ni siquiera se les garantiza seguridad en su propio trabajo. En Sinaloa lo vimos hace apenas unos días, una enfermera, esposada, humillada, trasladada como delincuente. Y lo más indignante no fue solo la imagen de una mujer del sector salud sometida de esa manera, sino el silencio de las autoridades. Nadie alzó la voz por ella. Nadie tuvo la valentía de reconocer que esa escena es, en sí misma, un síntoma del desprecio con el que muchas veces se trata al personal médico.
Pregunto, qué hubiera pasado si en ese instante, todos los enfermeros y médicos de Sinaloa hubieran decidido parar. Qué hubiera pasado si en respuesta a la injusticia dijeran “basta”, si decidieran que un día completo no pondrán su bata, no entrarán al hospital, no atenderán urgencias. El sistema colapsaría en menos de 24 horas. Y entonces, los mismos que callaron ante la humillación, serían los primeros en rogar por su regreso.
Lo más triste es que parece que necesitamos imaginar ese escenario de catástrofe para entender lo esencial, que sin médicos y sin enfermeras no hay salud, no hay seguridad, no hay vida digna.
El gobierno prefiere gastar en propaganda antes que en mejorar salarios, en aplaudirse logros antes que garantizar medicamentos, en presumir “sistemas de salud de primer mundo” mientras los hospitales siguen carentes y los trabajadores sufren atropellos. Esa contradicción se refleja en cada enfermera que dobla turno sin descanso, en cada médico que improvisa porque no hay insumos, en cada paramédico que maneja su ambulancia sin gasolina suficiente.
El día en que nos falten, de verdad nos daríamos cuenta de que no son héroes románticos ni mártires de ocasión, son los cimientos de un sistema que, aunque frágil y golpeado, todavía se sostiene gracias a ellos.
De qué tamaño tiene que ser la injusticia para que los valoremos. Hasta dónde vamos a permitir que los callen, que los humillen, que los criminalicen, como ocurrió en Sinaloa.
Ojalá nunca llegue el día en que despertemos y de verdad no estén. Porque ese día, la muerte no pediría permiso, y el silencio en los hospitales sería la condena más dolorosa de una sociedad que no supo cuidar a quienes siempre la cuidaron.
Según yo el Goyo310 y disculpen que siga sin el tema pero no lo supero chale